lunes, 13 de julio de 2009

domingo, 12 de julio de 2009

Un cajón de cartas


Guardo como un tesoro en un cajón de un mueble todas las cartas que me enviaron los chicos antes de la difusión del mail. Incluían preguntas, dibujos, y muy a menudo, sobre todo las chicas, confesiones. A veces se parecían a llamados telefónicos imaginarios: "¿Cómo está usted? Bien, me alegro" (Romina, 12, Ingeniero Maschwitz). También había críticas: "La sombra del dinosaurio es realmente un muy buen libro, lo único que no me gustó es el final, podría ser más emocionante", (Virginia, 13, Bahía Blanca). La mayor cantidad de preguntas las recibí de un colegio municipal de Villa Luro al que fui todos los años (también Marcelo Birmajer), desde el 92 hasta el 2008, gracias a Paula Groissman, maestra capaz de hacer oír su voz poderosa a través de patios y aulas llenas de chicos vociferantes. Su entusiasmo contagioso acercaba a los chicos a la lectura de un modo vital. Como no todos los chicos tenían plata para comprarse el libro, yo firmaba en muchos casos, años tras año, el mismo ejemplar, pasado de hermano a hermano, o comprado como usado; las dedicatorias anteriores quedaban ocultas bajo capas arqueológicas de liquid paper.

Un lector singularmente persistente en su correspondencia era Mariano Blatt, que me escribió desde los 12 a los 14, y que ya de grande ha preparado antologías y ha seguido escribiendo.

Recuerdo sus cartas porque eran, a pesar de su edad, "de escritor a escritor". Salvando excepciones como ésta, las preguntas más frecuentes, por carta o en persona, son: ¿Cuánto se tarda en escribir un libro? ¿Le dedicó un libro a su familia? ¿Cuánto de la vida real hay en los libros? ¿De qué cuadro es? Encuentro entre estas cartas una de Nerina Heitt (12 años, Santa Rosa, La Pampa) del 94. Me escribe: "La maestra está muy contenta con su presencia. Parece una muchachita con zapatos nuevos, nunca la vi así." Eso de "una muchachita con zapatos nuevos" es la exacta mezcla de cotidianeidad y sorpresa que uno quisiera siempre para la propia escritura.

Publicado hoy en el diario Clarín de Buenos Aires.


jueves, 9 de julio de 2009

Witoldo y su discípulo

Abro la computadora y descubro en el correo de la mañana un mensaje cuyo tema es “Witold Gombrowicz y Blaise Pascal”. Con otros encabezados, la experiencia se repite cotidianamente desde diciembre pasado y cada día llega un artículo en el que Gombrowicz viene acompañado por Joyce o por Simone de Beauvoir, pero también por Perón o por César Aira e incluso por apellidos polacos tales como Iwaszkiewicz o Nowinski que en algún caso resultan escritores y en otros banqueros o amas de casa que conocieron a Gombrowicz durante su estadía en la Argentina.

Los mails no son exclusivos. Mi dirección es parte de una larga lista de destinatarios y los 189 mensajes no solicitados que recibí hasta el momento son parte de una serie mucho más amplia que a su vez constituye solo una sección de una obra colosal e infinitamente ramificada que tiene como centro exclusivo a Gombrowicz y de la que es responsable Juan Carlos Gómez, un discípulo a quien el maestro llamaba “Goma” y que desde hace muchos años se dedica a cultivar la memoria del escritor y a desarrollar su pensamiento mediante escritos variados que van desde la reflexión estética y filosófica a la difusión de sus anécdotas (una mezcla que hace honor al estilo del homenajeado). Gómez ha publicado un libro con las cartas que Gombrowicz le dirigió entre 1957 y 1969 y otro que se llama Gombrowicz, este hombre me causa problemas, además de esta colosal serie de notas que se pueden leer en internet y que distribuye a diario.

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Estos artículos están agrupados bajo el nombre genérico de Gombrowiczidas, pero —si no entendí mal— gombrowiczidas son también para Gómez los admiradores de Gombrowicz aunque la palabra haga pensar más bien en sus asesinos. Sin intentar una interpretación psicológica, parece indudable que una obsesión como la de Gómez le debe causar efectivamente problemas. Entre ellos, no es menor el de las conflictivas relaciones con el mundillo de la cultura local, que no es menos hostil en 2009 que en 1945. Por eso, una parte de los textos gombrowiczidas se ocupa de la trastienda literaria y de los choques que Gómez mantiene con sus figuras principales o secundarias. Así es como se encuentran fragmentos como “sería hora de que el Buey Corneta, un representante de la ambigüedad y del mundo florido, dejara de llenarse la boca con Gombrowicz al que sólo utiliza de adorno y para darse tono” o “El Vate Marxista y el Filósofo Payador contribuyeron en forma originaria a crear alrededor de Gombrowicz un mito nativo contra el cual se rebelaron algunos escritores argentinos como el Casanova”. Es cierto que la identificación de los personajes resulta un poco críptica, pero cada tanto Gómez envía una lista con el quién es quién compuesta por entradas como “Orate Balaguer: Enrique Vila-Matas; escritor” o “Farsante Ambulatorio: Juan Pablo Correa; periodista”.

¿Está loco Gómez? Sí, probablemente, pero eso no quiere decir mucho. Especialmente porque el intento por mirar el mundo a partir de una vida y una mente tan singulares como las de Gombrowicz, que se deslizaba sin dificultad entre la miseria y la gloria, lo concreto y lo abstracto, lo alto y lo bajo, lo nacional y lo cosmopolita, la comedia y la tragedia, resulta una empresa intelectual tan legítima y fascinante como las mejores. Tal vez Gómez resume el sentido de su propia obra cuando habla sobre Gombrowicz o la seducción, la película de Alberto Fischerman en la que cuatro discípulos evocan al maestro. En ese artículo sostiene que en lugar de otra adaptación banal de Gombrowicz al cine, Fischerman advirtió que estaba frente a su “obra maestra secreta”: las huellas que había dejado en esos jóvenes y en particular en el Goma, dedicado a vivir en un universo gombrowicziano y a hacer perdurar la aspiración de rebeldía y de grandeza que le fue transmitida y que desde entonces lo posee. Por eso vale la pena esperar esos mails cada mañana.

Foto: Flavia de la Fuente

Nota: Los textos gombrowiczidas están fragmentariamente en la web. No pude encontrar un sitio que los contenga a todos. Se agradecerá una referencia en ese sentido. Q.

Por Quintín

Publicado en La lectora provisoria el 29 de junio de 2009

lunes, 6 de julio de 2009

Una historia contada en cartas


El punto de vista , de Henry James (La Compañía), permite apreciar una rara avis en la producción del autor norteamericano


A principios de 1879 Henry James ingresa en su cuaderno de notas el argumento de un nuevo relato: "Una historia contada en cartas, escritas alternativamente por una madre y su hija, y que den versiones totalmente diferentes de la misma situación". James se extiende un poco más en esta nota, hasta elaborar toda la trama de una novela que nunca llegó a escribir. Poco después, en marzo del mismo año, vuelve en otro apunte sobre el procedimiento epistolar: "Descripción de una situación o incidente en una alternancia de cartas, escritas desde un punto de vista aristocrático y uno democrático, ambos iluminadores y sinceros".

El punto de vista , publicado por primera vez en 1882 en la Century Magazine , toma finalmente algo de ambas ideas. La joven Aurora Church escribe la primera de las cartas todavía a bordo del transatlántico que la lleva a ella con su madre de Francia -donde Aurora se educó desde niña- a Estados Unidos, su patria, que verá por primera vez, todavía para ella una terra incognita . Cuenta aquí la secreta razón del viaje: su madre consintió en volver "únicamente porque vio que, al carecer de dote, yo nunca me casaría en Europa". En la segunda carta, escrita por la madre, aparece en contrapunto uno de los conflictos predilectos de James, que alguna vez él resumió de esta manera: "el creciente divorcio entre la mujer americana (con su comparativo tiempo libre, cultura, gracia, instintos sociales, ambiciones artísticas) y el hombre americano, inmerso en la ferocidad de los negocios, sin tiempo para nada que no sean los intereses más sórdidos, puramente comerciales, profesionales, democráticos y políticos".

La madre escribe sobre las perspectivas de su hija en el nuevo mundo y comenta las quejas de Aurora: "Me dice que le he dado una falsa educación [...] ningún norteamericano se casará con ella, porque es demasiado extranjera, y ningún extranjero se casará con ella porque es demasiado norteamericana". Todo parece apuntar así a una típica novela de James, en que dos hombres que Aurora ha conocido durante el viaje, de puntos de vista, ideas políticas y temperamentos también opuestos tratarán de cortejarla cada uno a su modo apenas pongan pie en tierra. Sin embargo, a partir de cierto punto, esta línea inicial se disgrega y cede paso a un coro de personajes más amplio que conformarán, a través de las impresiones de sus respectivas cartas, un cuadro de situación vivaz, inmediato, y muchas veces admirablemente profético, de las costumbres, la cultura, la educación y la política americana en el despuntar de la democracia. Así, entre la novela epistolar y los apuntes de viaje, Henry James pasa revista a los cambios en su país natal después de su propia ausencia por largos años en Europa. Y las sucesivas cartas parecen las voces contrapuestas dentro de sí que argumentan a favor y en contra de cada novedad, en el forcejeo interior que sufrió en ese período el propio James entre establecerse otra vez en América o volver a Europa. Hay notas admirables sobre los viajes en tren, sobre los hoteles, sobre las formas de cortejo entre los jóvenes, sobre los cambios del idioma inglés en suelo americano. Aparece aquí una vez más, antes que el entomólogo de los sentimientos, el Henry James amante de Balzac, que también es capaz de registrar las modificaciones sutiles en las costumbres de la gran escena social, y que parece debatirse todavía sobre cuáles serán sus futuros temas: "una vez que uno siente, estando aquí, que los grandes problemas del futuro son sociales, que una poderosa marea está arrastrando el mundo a la democracia y que este país es el mayor escenario en que ese drama pueda ser representado, los temas de moda en Europa parecen mezquinos y parroquiales". Como una nota humorística inesperada, hay al pasar una alusión disimulada a sí mismo, cuando menciona, como uno de los pocos escritores para rescatar en América, a "un novelista con pretensiones literarias, que escribe sobre la cacería del marido y las aventuras de los americanos ricos en nuestra vieja y corrompida Europa".

Los lectores más fieles de Henry James descubrirán también entre estos apuntes el "germen", como solía llamarlo él, de lo que serán luego otros relatos: "Por descontado que insistirás en las catedrales y los Tizianos [...]. Poco a poco, tendremos todos los Tizianos y nos traeremos varias catedrales". Está aquí en latencia el personaje del millonario que viaja a Europa a desvalijar museos, como en La protesta. En la crítica a la prensa americana se anticipa el relato "Los diarios"; y cuando se refiere a los simposios y las formas de organización social de las mujeres, ya se vislumbran los primeros esbozos de Las bostonianas . Con una traducción impecable de Ernesto Schoo, El punto de vista , publicada por primera vez en castellano, permite apreciar una rara avis en la producción de Henry James, casi un experimento no deliberado: como si una de sus novelas habituales, bajo un aluvión de nuevas impresiones, demasiado cerca del imán imperioso del país recién recobrado, hubiera cedido hasta transformarse en un género diferente y los personajes, apretados en un puño durante el viaje transatlántico, se alejaran cada vez más unos de otros en la diáspora de cartas, sin posibilidad de volver a reunirse, en un territorio demasiado extendido donde todo sucede a otra escala. Pero también, y a la vez, El punto de vista puede verse como una ampliación de su cuaderno de notas: el laboratorio febril y cruzado de contradicciones de su reencuentro con la "áspera belleza americana" en que se empieza a gestar la próxima fase de su obra de novelista.

Por Guillermo Martínez


Publicado en el suplemente "ADN Cultura" del diario La Nación de Buenos Aires el sábado 4 de julio de 2009.